20060207

砂の秒 || los segundos de arena

I.

siempre hay veinte minutos adelantados en cualquiera de mis cien relojes. veinte minutos que no se cómo es que llegaron ahí. no había dado cuenta de ello. me parecía algo natural el tener tiempo suficiente para todo. llegar temprano. no salir corriendo de casa al trabajo o a la escuela. mi tiempo era el tiempo justo y vasto para cada día.

una mañana, al despertar, el tic de los relojes blancos y el tac de los relojes negros comenzó a cambiar el sentido de sus notas. los tics blancos ahora eran tacs rojos. y los tacs negros habían adquirido una tonalidad de tics lavanda. el sonsonete de su canto había dejado de ser tango para volverse aliento de organillo.

y así cada mañana las texturas se deletreaban. para anunciarme el alba o el ocaso iban tomando una nueva tonalidad.

cierto día, mientras ellos completaban su sinfonía matutina, todo se detuvo en mi mirada y el grave color caoba de los violoncellos se volvió una sombra que lo cubrió todo: mis libros de grabados, las borlas tejidas a mano de mi cobija de lana, el brillante y alegre tintineo de mis pomos de tinta china multicolor. todo eso abandonaba con cada tic y con cada tac su color.

ese día que se había vuelto sombra no pude salir de casa. la tos, que sólo era tos como cualquier otra, había mermado mi fuerza natural y decidí no dar pie a que la nieve y el susurro del frío estival se le unieran como aliados.

ese día fue que comencé a notarlo. el cucú de la mañana sonó muchos segundos después de que mis ojos descubrieran la luz sosegada del primer brillo del sol.

la comida en mi plato se había terminado mucho antes que sonaran las primeras campanadas anunciando la hora del té.

al salir por la calle al trabajo, nadie esperaba en la terminal del tren.

todo seguía ahí pero todo era, de una u otra forma, distinto al tono de cada tic y de cada tac que yo conocía.


II.

uno se pregunta muchas veces, a lo largo de una y de todas sus vidas: ¿cómo es que pasa el tiempo? lo medimos, o pretendemos hacerlo. lo mesuramos, o intentamos que no nos gane en la carrera. lo limitamos y el único límite que tenemos es el que le imponemos a cada día, a cada momento y a cada instante de lo que hacemos.

el tiempo es arena, es oro, es irrecuperable, es dios.

aunque, entre ires y venires seguía preguntándome: ¿porqué para mí el tiempo no corría igual que para los demás? un día se detenía un minuto detrás de mí, al siguiente eran cinco y no, después todo regresaba a la normalidad.

y entre todos esos minutos menos nunca había uno solo de más. todo había venido siendo tan normal para mí, que ni siquiera me había percatado de ello...


III.

cada día dos. cada día veinte. cada día uno. cada día seis.

el día trece, del primer mes, del último año encontré el sonido de mi destino: el suave y consonante siseo de un reloj de arena. blanco y negro como el ying y el yang. la soledad envuelta en la brevedad con que cae en silencio cada grano hipnotizó el curso de mis propios segundos.

la vida se detuvo... así de simple... así se borraron las risas y las caras, las huellas de sus sombras... y el brillo del sol me quemó los ojos...

por eso ahora no puedo ver mi sombra, porque si la miro me convierto en un monstruo, un hombre sin nombre, un siseo... por eso la tomo a pedacitos de espalda y la voy comiendo...

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