"Una palabra no cura el alma", se repetía mientras el frío
hacía hueco entre sus huesos, delineando un pequeño estertor que le
evitaba calertar las manos, los pies, el corazón...
"Una palabra no seduce la voluntad", se decía entrecerrando
los ojos e imaginando cómo los pliegues de un pensamiento difuso
armaban ese rompecabezas de caleidoscópicos azares tan entrañables...
"Una palabra no enamora un corazón, lo ata", dió vuelta
ronrroneando, rumiando el malestar de la incredulidad, el hueco
escondido en el silencio que perdura, en la cercanía del fantasma
distante, en el saber que te da el no desear, el no querer, el no
tener...
"Una palabra sólo es una palabra, pero es una navaja
también", no sintió el vacío de sus manos que intentaban rodearle, no
sintió el susurro de su voz perdiéndose entre las nubes sonrosadas por
el alba, no imaginó que la solitud pudiera tener algún presente digno de
atesorarse...
Giró las manos, desentumió los dedos de los pies, acarició
sus párpados con el mismo aroma de su piel mortecina inundando la tela
de la almohada y al voltear la cabeza su mirada solamente hizo un breve
guiño complaciente al discurso grabado en el muro, oscurecido ahora por
los primeros rayos diletantes de un nuevo despertar: "Una palabra menos,
una palabra más, olvida el recuerdo, amarra los pasos, decanta tu
temeridad, se yo, se tu, se todo, se nada, mi silencio te llamará..."