20170325

|| LEJANÍA Y SILENCIO : JIMMY ||

Un día cálido de marzo todos en el pueblo dejaron de llamarlo Jaime y comenzaron a nombrarle Jimmy. No era afecto ni deferencia, era más bien una mezcla entre morbo, repugnancia, algo de temor.

Jimmy era un niño como cualquier otro, no era agraciado, ni muy sobresaliente. Su amabilidad rayaba muchas veces en la exageración; mucho más cuando trataba de ser amable con las niñas, sobre todo aquellas que le gustaban. Siempre cargaba una caja de chocolates y se le veía repartiendo por un lado o por otro su contenido, saludando y haciendo bromas que nadie entendía, pero que intentaban ser agradables.

Los días de cuaresma le gustaban, pese a que su rutina no cambiaba del común de sus demás días, ni cambiaría jamás. No se iría de vacaciones como algunos de sus compañeros. No iría a ningún otro lugar más allá del pueblo. No sabía siquiera si algo más allá le podría gustar, ese tipo de pensamientos no tenían cabida en su imaginación. Su madre trabajaría de nueva cuenta en el dispensario de la iglesia hasta entrada la tarde. Luego se iría al rosario y si había alguna procesión seguro también la podría encontrar por ahí, mezclada entre las demás caras dolientes que era regular encontrarse siempre.

Jimmy era un niño solitario, aunque solía tener muchos amigos. Eso no evitaba que fuera burla de algunos y víctima principal de ese grupito de tres que siempre molestaba a los demás. Algunas veces lo seguían mientras caminaba a su casa, le lanzaban piedras a lo lejos o se escondían entre las oquedades a lo largo de la vereda que cruzaba un tramo de bosque y aguardaban ahí para espantarlo, y siempre atinaban a hacerlo.

Un día lo hicieron correr desquiciado hasta que se le fue la voz del miedo. Luis, el mayor de esos tres lo amenazaba a la distancia con soltarle al perro de su hermano que llevaban a dar la vuelta. Un perro bastante bravo de esos negros espigados con los ojos como de diablo, que ladraba a cada cosa que veía con verdaderas ganas de acabar con ella. Solían traerlo bien atado siempre, ya habían tenido un par de accidentes con gente que no había salido muy bien librada tratando de correr del animal.

Pudo librarlos muerto de miedo, sólo un pensamiento lo mantenía persistente. Una cajita metálica encontrada en uno de los puestos del mercado con figuritas de unicornio hechas de chocolate que especialmente había comprado para Circe, la niña que realmente le gustaba por encima de todas las demás. Ese sueño lo hacía olvidar sus días no muy gratos siempre, las burlas de los otros niños cuando su mirada se quedaba absorta viéndola pasar. Algunas veces llegó incluso a descubrirse con la boca abierta, ruborizado por el duro escarnio de que era objeto. Nadie quería a Circe, pero él no entendía porqué. Mucho menos comprendía que los demás no encontraran en ella esas formas tan hermosas que creía descubrir a cada paso que la niña daba delante de él.

Ese día, mientras temblaba tratando de no hacer ruido para que los otros no lo descubrieran, alcanzó a ver a lo lejos algo que no pudo distinguir muy bien. Bajaba la niebla del cerro y comenzaba a cubrir lentamente el sendero inundando el bosque y todo lo que tocaba. Se sentía un frío no muy grato pero Jimmy se mantenía intacto, la ilusión de ver los ojos de Circe le daba ese valor que siempre le hacía falta.

Pasó un buen rato antes de darse cuenta de que los otros niños se habían marchado ya hace mucho. El camino por donde Jimmy se había ido a meter tenía demasiadas historias no muy gratas. La niebla les daba miedo y el perro se había parado en seco, se había callado y dio la media vuelta arrastrándolos de regreso.

Jimmy se fue incorporando para salir de la oquedad debajo de las raíces de un árbol muy grande donde había logrado ocultarse. Se dio cuenta que estaba solo y que no recordaba haber pasado por ese lugar antes. Conocía casi cada pedazo del campo, pero ese sitio en especial le daba un poco de calosfríos. Miró a todos lados y en efecto, no había nadie ya detrás de él. Miró hacia su derecha y a la distancia alcanzó a mirar esa cosa blancuzca que no lograba distinguir qué era.

Se fue acercando con cautela, en medio de la neblina tan densa que iba cubriendo todo apenas si lograba ver los demás árboles con los que trataba de no golpearse. Sin embargo, por alguna extraña causa la vereda permanecía intacta, como si la niebla le fuera abriendo el paso hacia eso que medio borroso y ajeno veía cada vez más cerca.

Una vez frente al bulto Jimmy se quedó mudo. No tenía forma que él conociera, no se movía, no hacía ruido alguno. Con la cajita de chocolates le pegó levemente y el bulto ni siquiera se movió, sólo emitió un ruido hueco, rasposo. No estaba asustado, pero un temor cada vez más grande iba haciendo presa de él, como una premonición de esas que te avisan cuando las cosas no están bien. Acercó la cara lentamente al costal maltratado que acababa de encontrar, estaba atado de un extremo a la base de un árbol. Eso no era normal.

Tuvo duda por un segundo, pero extendió la mano para ver qué tenía dentro, había encontrado una rasgadura del lado derecho, al abrir el hueco lo que sus ojos vieron fue algo que no olvidaría jamás, una cabeza con las cuencas vacías, la boca abierta en un grito seco, cabellos negros desmadejados, una mano sobresalía entre todo como pidiendo ayuda. Jimmy quiso alejarse corriendo del susto, pero al soltar el bulto cayó de espaldas frente al árbol atado sólo para ver como una mancha negra comenzaba a sobresalir por detrás, andrajoso, rasgado, unas manos largas con uñas sucias y rotas, largas, muy largas, pardo en medio de la niebla clarísima y densa. Lo último que Jimmy alcanzó a distinguir fue la cara del viejo en una mueca que le llenó de locura, como una sonrisa, como una burla, como una pesadilla insana.

Lo encontraron cuando ya comenzaba a entrar la noche. En el cielo la luna iluminaba con un octavo creciente como si fuese una burla. Júpiter brillaba más de lo habitual coronándola. Jimmy vagaba como sin sentido, sólo caminaba, sus pasos no iban hacia ningún lugar; su cara con la sonrisa helada y en las manos la cajita metálica de chocolates que nunca podría entregar. Su madre corrió a abrazarlo mientras las demás gentes que la acompañaban, aparentemente más tranquilas comenzaban a murmurar.

Nunca nadie volvió a hablar de ese día. Ni a pisar ese camino en medio del bosque. Sólo Jimmy y su cajita metálica transitaban por ahí casi a diario. Encontraron a Circe al día siguiente. Los perros y otros animales ya habían comenzado a comerse pedazos de la niña. Nadie supo nunca quién la mató ni porqué el costal estaba atado al árbol. Los pocos que se atrevían a hablar una que otra palabra muy bajito, como susurrando, decían que había sido el Viejo del Costal; que por eso nadie se acercaba a esa parte del bosque. Entonces se hacía el silencio y cambiaban de tema.

Jimmy nunca recordó nada, ni siquiera hablaba de ello. Siempre creyó que los padres de Circe se la habían llevado del pueblo. Su vida era triste pero nada cambiaba en ella, todo parecía igual que siempre. Deambulaba con su cajita de unicornios como buscando el camino hacia su amor perdido. Sólo en medio de la niebla, por esa vereda del bosque donde nadie nuca más lo volvió a molestar.

20170318

|| LEJANÍA Y SILENCIO : LA COYOTA ||

La noche susurra en ecos espirales tras los pasos que alguien da detrás de mi. No hay sombras, no hay espejismos que inunden la imaginación errabunda.

Huele a tortilla quemada, almizcle vago y sofocante. Dicen las lenguas oriundas que cuando huele así es por que anda cerca el Coyote, que vaga por el campo buscando a quién hurtarle algo de valor, la comida o de quién tomar ventaja. O a veces también lo que busca es venganza. Dicen que si tuviste el desatino de meterte con su hembra es mejor que le huyas, si no seguro te alcanza. Que luego de matarte ahorcado la boca te deja llena de sus propias heces. Tirado sin que nadie se digne siquiera a tocarte o levantarte, dorado al sol, maldecido y manchado para siempre.

Camino bajo un cielo inundado de luceros brillantes, es marzo, la lluvia ha dejado un aroma casi hipnótico mezcla de tierra humedecida y yerba nueva. El viento arrecia, me recuerda que he pasado lo peor, ya no hay frío que me hiele, siento cálida la espalda, hoy ni los perros salen al paso a saludar, las luces del pueblo van quedando cada vez más lejanas.

Fidel ha dicho que antier hicieron correr despavorido a uno de los ingenieros, siempre presumen de valentía, pero huyen al primer ruido desconocido, al primer cuento de espantos que les platican.

La alcantarilla es un lugar extraño, dicen que algunas noches la bruja baja hasta ella para hacer cosas que nadie quiere mirar, mucho menos saber.

He andado tantas veces ese camino a oscuras que de repente olvido las advertencias que no dejan de hacerme. ¿Qué podría pasar? Dicen que le ando buscando tres pies al gato. Nadie entiende porqué me gusta caminar solo, alejarme por esas veredas donde ninguno quiere vivir ya.

Antier entró un chaneque a visitarme, me despertó a media madrugada, revoloteaba atorado entre la bolsa de mi ropa sucia, no quiso decirme que buscaba. Seguro algún pedazo de galleta varado entre las bolsas de los pantalones. Quizá algún secreto de esos que luego olvido escrito en pedacitos de papel.

Prendí la lampara que cargo en las llaves, salió corriendo con su traje negro de ratón, no quiso dejarme verlo, nada le costaba, pero se escabulló por una rendija al lado de la puerta del zaguán. Tuve que meterle un rollo de papel a toda la orilla para que me dejara dormir.

Ayer mandó a su primo, prieto y lento. Lo encontré de nuevo hurgando la ropa vestido de escarabajo. -¿Qué caramba quieren?- Le pregunté. Sólo movía las patitas intentando caminar sin decir nada. Lo tomé con un pedazo de hoja de papel y de un puntapié lo mandé volando al jardín, ya era suficiente noche para dejarme en paz.

Sin embargo, ya no puede dormir. O eso creí. Los sueños regresaban y se entrecruzaban a pedazos disparejos. De repente muchos colores, de repente de un lado aparecía en otro. Nunca supe de quién era esa cara, quién era la que me acompañaba. El olor a rosas era tan penetrante que me inundaba por completo. Me sofocó hasta que perdí la noción del tiempo.

Por la mañana mientras caminaba entre la niebla para calentarme un poco, encontré una estrellita de papel verde metida en la bolsa derecha del pantalón. No le hice caso y la dejé tirada entre la yerba.

Escuché unos pasos detrás, gire para ver por encima del hombro, era Fidel con la estrellita de papel en la mano, más espantado que contento como del diario. Se acercó con paso recio y únicamente dijo: -vecino, mejor que tenga cuidado, dicen que la Coyota lo anda buscando, anoche anduvo ahí dando vueltas por su casa, todos estaban bien encerrados, nadie quiere que lo agarre de encargo, luego sale peor la cosa, ya le dije, acuérdese de las rosas, a eso huele cuando anda cerca.-

Siguió su camino luego de enseñarme la estrellita que ya no era verde, iba perdiendo el color como si se derritiera. Un diente de animal quedó sólo en su mano, lo dejó ahí tirado frente a mí y siguió hasta perderse entre la neblina. Miré a mis pies pero ya no había nada.

Alcé los hombros y continúe caminando sin hacer caso, un ligero aroma a rosas se volvía a percibir entre el vaho que se iba quedando pardo a mis espaldas.