19900201

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Cayendo en el romanticismo inútil de una mirada pasajera, te siento en este momento como una gota de lluvia que se escurre de mi embatida cabeza. Volteo la vista a tus pasos, alejándose entre las ondas de los charcos. El humo y las piedras aún no lo saben, sin embargo, te ocultan a mi, insensibles de cuanto puedan mis gritos corromper entre las almas que me escuchan. Tu rostro complaciente, de una ternura inquietante, me hiere, me provoca una amargura de intranquilidad. Una cara clavada en la mirada vacía de un ciego. Hay un dolor y un temor a tener, a tenerte. Como el aullido de un lobo en la montaña, que siempre disfruta pero que jamás logrará retener, porque está destinado a viajar con el viento y a caer a la tierra envuelto en hojas y cenizas para morir entre los dientes de la lejanía. Eres una pequeña realidad andando, intermedia en las utopías de un sueño joven y profundo, refugiado dentro, sobre mi mente. Si te viera ahora, sé que te cuidaría como alguna vez cuide las estrellas, y te mostraría los abismos profundos y las oscuras simas para que jamás tuvieras miedo. El día del vuelo final te llevaría como una brisa ligera sobre mi espalda. Sin embargo, solo sigo viendo las ondas del agua que hacen tus pisadas y que se desvanecen lentamente en medio de la lluvia. Estoy mojado, mas aún siento tu calidez. Las ondas cesan. Han desaparecido ante la vista de la noche, pero todavía están aquí tus huesos y tus cabellos, tus zapatos y tu bolsa, tus ojos y tus manos inolvidables. Todo está aquí, las ondas se fueron pero nada ha cambiado. Es exquisita la sonrisa dibujada ahora en tu cadáver.

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d01.x-1990[01] :: breve crónica de un suicidio ::

Suena el despertador, como siempre, tendré que ir a trabajar. Pero hoy, no sé, siento una extraña sensación de vaciedad que me hace recostarme otro poco.
Sé que ya no debo dormir: -prometo no volver a llegar tarde.-; eso había dicho a mi jefe algunos días antes. Sé que tengo que cumplir, de lo contrario comenzaré a meterme en serios problemas.

Mi camisa favorita está otra vez sin planchar, tendré que ponérmela así: -para lo que me importa que esté planchada o no.-, es lo que siempre pienso.
Todo va pasando bien, hasta el agua con que me lavo está tan fría como me gusta. Todo en su lugar, silencioso, viendo mis peripecias para arreglarme y salir en busca de esa ansiada aventura que me saque de mi rutina diaria.

Un día perfecto es lo que todos deseamos, un día en el que todo lo que hagamos nos salga bien. Parece que hoy es uno de esos días para mí. Llego a la parada del camión, no puedo evitarla, ya es como un hábito. Sin tantas esperas ni desesperas abordo mi camión con la mayor tranquilidad que jamás hubiera deseado.

Medio día. Hoy no estoy agobiado por el trabajo, al contrario, me encuentro bastante bien, bastante tranquilo, como con ánimos de empezarlo todo de nueva cuenta y creo que esto se refleja en mi apariencia externa, al grado de preguntarme todos el motivo de mi súbito cambio de personalidad: -como si fuera tan importante todo lo que me pase ahora para los demás.-, es lo que pienso. Ni yo mismo encuentro la respuesta para esto que me pasa, es como si, de repente, mi deshumanización se hubiera llenado de todo aquello que nunca tuvo; como si hubiera logrado mi propósito más difícil o imposible; como si me hubiera llenado de pronto de…… alegría…… no sé. Quizá sí sea eso, alegría, regocijo, satisfacción de saber que alguien morirá en un día perfecto y, sobre todo, de saber que ese alguien seré yo.

Esas calles grises que tanto he andado me están viendo otra vez, quizá la última vez que camine sobre ellas desgastando la suela de mis zapatos atormentados: -si pudieran hablar no sé la infinidad de cosas de que pudiéramos hablar y también las arbitrariedades que me recriminarían; esos actos sobre sus individuos injustificables. Por eso creo que es mucho mejor que se queden como están.-, pienso esto aunque de verdad ya no tengo la certeza de hacer esto último: pensar. Veo pasar a toda esa gente tumultuosa, indecente, apestosa, sucia. Pobres humanos dominados por un simple dedo hecho de basura, mentiras y mierda. Me fastidia saber que son tan vulnerables como una pajita sobre una llama. Pienso en cómo caerían cada uno de esos que van caminando frente a mí después de haber disparado una pistola y vaciado, con la mayor tranquilidad del mundo, el cargador completo. Ver como cada bala atraviesa poco a poco sus entrañas y, no sé, a veces pienso que sería mejor que ya todos estuvieran muertos.

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Aquella noche llego Moisés más muerto que vivo, asustado, preocupado, encabronado. Todo podía esperarse de él, hasta que llorara. Yo lo tomaba como cualquier otro día, pero en cierta forma me temía el motivo de su visita, tenía un vago y acertado presentimiento del porqué Moisés se encontraba aquí.

- ¿Qué onda cabrón?
- ¿Qué onda? – dijo.
- ¿Qué estás haciendo?
- Ahorita te cuento.
- Ah, bueno pásale. No sé porqué casi sé lo que me vas a decir. Usted no tenga miedo, pásele.
- ¿Tus papas?
- Están arriba, usted no tenga pena, pásese.

- Cómo ves cabrón, que me corrieron.
- ¡No te manches!
- Pues sí, ayer me mandaron derechito para allá.
- ¿Y ahora? ¿Qué vas a hacer?
- No sé, tengo que moverme de volada.
- Y aquellas, ¿ya saben?
- No cabrón, por eso tengo que moverme pronto.
- Ya ves, te dije que ya le pararas, que ya se te estaba pasando la mano y ya sabías que te traían esos cuates en la mirita.
- Sí pero fue una pinche cuba nada más.
- Pero tú ya sabes qué onda, ya sabes cómo son de ojetes esos cuates.
- Sí, y a los tres nos corrieron de una patada.
- Pinche Moy, ya ni pedo. Tu mamá te va a regañar pero bonito cuando lo sepa, y a mi también; a ver si no se enoja conmigo cuando sepa qué onda y porqué te corrieron.
- No, ni madres; ellas no tienen porqué saber nada. Por eso tengo que moverme rápido. Te vendo un reloj.
- Pinche Moy, ya sabes que a mí no me gustan esas madres.
- ¡Vale madres!
- Yo te prestaría feria pero ahorita no tengo. El lunes que vaya por mi cheque si necesitas yo te lo presto; y ya sabes qué pedo, cuando quieras caerle aquí no hay bronca.
- Sale cabrón.

Y así pasaron una o dos horas entre pláticas absurdas y preocupación creciente del Moy. Después yo me fui a bañar y cuando regresé el Moy dormía como una tabla. Yo no pude dormir en toda la noche, bueno, eso en mí ya es común.