20080211

|| apuntes del MUNDO RETORCIDO 1.3 ||

ONI AKARI

[·] Sus ojos eran azul índigo. No de cada vez que veía la distorsión de su imágen en el espejo, no, si no de cada vez que no recordaba nada más que ese terrible dolor de cabeza.

Azul, índigo, añil, cobalto, aguamarina, turquesa. El cielo tenía el reflejo del mar los días claros; sin embargo, en ese lugar jamás había días claros. Hace mucho que los días claros eran sólo una utopía en el Mundo Retorcido.


[·.] El Encantador de Serpientes abrió los ojos a la claridad de su sueño y con una suave e irónica sonrisa dió un puñetazo al espejo que tenía detrás partiéndolo en 246 pedacitos perfectamente cudrados e idénticos.
El reflejo de sus ojos se multiplicó en cada uno de ellos y entonces la pudo oler.

Y ahí estaba ella con su aroma a nardos y canela, inocente de los pasos que ahora seguían como gotas de Viento Zahiriente sus huellas.


[·:] El Encantador de Serpientes vivía a veces en la Cueva del Eremita, donde nadie vivía ya. El Eremita hacía mucho que había decidido dejar de serlo y se había casado con la Hippie Psicotrópica que vivía en un eterno viaje por el Mundo Ácido.

El Encantador de Serpientes era nieto del Eremita, así que cuando este decició convertir ese lugar en su nuevo cubil el Eremita no puso objeción alguna. Muy por el contrario, se sentía agradecido de que alguien estuviera al pendiente de las cenizas de sus Libros Polvosos y les soplaran un poco de Nubes Azules de vez en cuando.


[::] El Sueño de la Razón era un lugar que para muchos era desquiciante y para algunos más, en el Mundo Retorcido, era un sitio verdaderamente siniestro.

En el Mundo Retorcido pocos estaban acostumbrados a tratar con La Verdad por lo que todo lo que sucedía en el Sueño de la Razón, que era La Verdad, solía parecerles oscuro y terrible.

Sin embargo, el Encantador de Serpientes paseaba por ese lugar igual que si fuera también su casa, su mundo, su Verdad. Ahí permanecía días enteros sentado en el resquicio de las ventanas mirando pasar esos sueños que después le servirían para chantajear a algún incauto y obtener con ello algún beneficio.


[|] Cuando el Encantador de Serpientes encontró los sueños de esa mujer de cabello negro azulado y ojos lúcidos no pudo más que sonreir, siempre con un ligero dejo de malicia. Hace mucho que el común del ordinario no le daba momentos interesantes. Aunque luego de días de verla una y otra vez y ver el vuelo y el velo de los sueños de esa mujer había concluido que aquello de ordinario no tenía absolutamente nada.

El embrujo de La Luna en el creciente menguante de los Cantos Sefaríes era un buen consejero. El Encantador de Serpientes se frotó las palmas de sus manos y empezó a hilar pequeños pedazos de Amate Translúcido.


[|·] Yara tenía en los ojos del sueño la calidéz de la pureza que da la falta de malicia y el placer del dolor. Aún en medio del caos de este Mundo Retorcido era posible encontrar estas joyas únicas ocultas tras las sombras de viejos áticos olvidados o tras paredes de azulejos de colores deslustrados.

Ella era de ojos que a la cercanía y a la lejanía daban la certeza de inocentes, pero muy dentro de sí guardaba un secreto sólo visto por su sombra (y por algunos más que nadie podía nombrar): Yara era una bruja.

Yarahualli era el nombre que sus padres le habían dado cuando decidieron dejar de quererla y la abandonaron a la entrada de ese lugar donde todos escondían a los Niños Olvidados.

Ella y todos sabían de ese nombre porque lo llevaba tatuado en la palma de su mano izquierda. En la derecha el tatuaje era una serie de círculos concéntricos y algunos puntos y rayas que ni ella ni nadie sabían qué significaban.

Y no hacía falta saberlo porque todos sabían que algo no terminaba de andar bien con ella ya que todos los pasos que daba no eran los mismos que seguía su sombra. Su sombra se movía a su libre gusto, a veces extendiéndose como una negra mancha sobre todo lo que la quería dañar, o a veces escondiéndose tras los árboles y las esquinas para escuchar los secretos de los demás.

Todo aquello era algo que a Yara no incomodaba; su sombra la había librado del hambre y de muchas malas pasadas que nadie hubiera remediado y que a nadie importaban.


[|:] El Encantador de Serpientes preparó durante muchos días las Precisas Palabras llenas de Aliento Escarlata para atacar a su próxima víctima. Se deleitaba mirándola ser, era un bello especímen y algo debía tener en su colección de fetiches de ella; esto no era ya sólo un contrato más se había vuelto su Obsesión Personal.


[|:·] La Antipoeta solía caminar de la Casa de los Placeres Malsanos a la suya con todos sus amigos, los iba tirando de a uno hacia el Río Impasible hasta quedar ella sola para terminar su trayecto. Alguna que otra vez sól ola acompañaba el Músico Amante, el sujeto ese desgarbado que hacía notas con sonidos que no siempre se podían entender.

El Encantador de Serpientes enrollaba siempre sus Palabras Hirientes en delgados y largos trozos de Amate Translúcido con olor a jazmín. Sabía que cualquier veneno con aroma a calma tenía mejor efecto que el más brutal de los cuchillos.


[|::] El día que la Luna Menguante dibujó su sonrisa de Shiva Chandra para hacer crecer las violetas, el Encantador de Serpientes salió a seguir los pasos que lo esperaban para cumplir con su contrato.

La noche sin demasiada luz le daba a su rostro esa calma que se vuelve mantra al reflejo de la flama de las velas. Con el susurro de las Nubes Azules comenzó a ver los destinos que iban y venían de la Casa de los Placeres Malsanos. Sabía que la encontraría ahí. Con los ojos cerrados y enmudecido por la Gárgola Vigilante de su sombra esperó en la cornisa de la esquina a verla aparecer.


[||] La Antipoeta salió de la Casa de los Placeres Malsanos maldiciéndo al Músico Amante y al Poeta y a la Vouyerista y a la Alegre Anoréxica y al Deforme y a todos. Una que otra vez le gustaba maldecirlos para que no olvidaran que una pequeña parte de ella también los despreciaba; aunque necesitara de ellos una que otra vez.

El Músico Amante salió detrás de ella gritándole que lo escuchara que por fin había logrado hacer una melodía con las monedas de felicidas. Ninguno de los dos vio la Sombra Gárgola avalanzándose hacia la salida de la Casa de los Placeres Malsanos justo detrás de ellos.

En ese momento, con la mano derecha extendida, el Encantador de Serpientes alzó y fué desenrollando el pedazo de Amate Translúcido con el conjuro del Aliento Escarlata que bañaba las Palabras Hirientes y comenzó a susurrar un nombre secreto que nadie escuchaba.

Y entonces ella volteó, su mirada sumamente desconcertada, su Sombra Protectora no pudo hacer nada para detener el ataque. El Encantador de Serpientes estaba frente a ella con los ojos índigos hinchados por las venas cargadas de sangre y cicuta.

La garra derecha de su Sombra Gárgola tomó la mano izquierda de Yara y sobre los círculos concéntricos que ella tenía tatuados colocó el pedazo de Amate. Tomó la mano izquierda que tenía el nombre de ella escrito y al acercarla a la otra para unirlas Yara pudo ver cómo aparecían unos símbolos como letras que no supo descifrar.

Una ráfaga de Viento Zahiriente arremetió sobre su cara haciéndola cerrar los ojos. Todo fue tan rápido que nadie tuvo tiempo de reaccionar. Algunos pasos más adelante la Antipoeta y el Músico Amante veían la escena con cierta sorpresa y morbo entrelazados. La Antipoeta no dejó de pensar en que podía haber sido algún truco del Científico Loco o del Gran Gordo para vengarse de ella. Sin embargo, los dos se voltearon un tanto indiferentes y siguieron su camino.

Ya pasado todo y una vez recuperado su aliento Yara abrió lentamente sus manos, vio el pedazo de Amate Translúcido en su mano derecha y vio cómo lentamente esa serie de signos o símbolos que tenía pintados y que brillaban en un dorado tornasol se desvanecían y a su paso iban dejando en un rojo escarlata profundo marcadas las palabras: "Ahora eres mía."

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